Historia de la Virgen del Roble

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En el año de 1592, Fray Andrés de León, benemérito misionero franciscano, colocó una imagen de la Virgen Santísima en el hueco de un roble, para protegerla de las incursiones de los indígenas nómadas y salvajes. Efectivamente, el mencionado religioso, en compañía de los RR. PP. Fray Diego de Arcaya y Fray Antonio de Salduendo, salió el año citado de Saltillo, recién fundado, para evangelizar una numerosa e importante tribu, que habitaba en las faldas del Cerro de la Silla. Se sabe que todos los miembros de la tribu, capitaneados por su cacique y jefes subalternos, recibieron con benevolencia y respeto a los venerables misioneros, al grado de que, a propuestas de Fray Andrés de León, consintieron en cambiar su morada hacia la llanura que se extiende al norte de la ciudad de Monterrey.

Consta en un importante manuscrito perteneciente al Archivo Histórico del Convento de Guadalupe, Zacatecas –año de 1788, legajo número 86- que en ese lugar se erigió un rústico altar, bajo la enramada de un frondoso roble, en cuyo tronco había un hueco a modo de hornacina.  Precisamente en este lugar fue donde colocó Fr. Andrés la pequeña imagen de Nuestra Señora a la que nos referimos. Este lugar, conocido con el nombre de “Piedra Blanca”, fue el asiento de la primera misión y, cuatro años después, es decir, en 1596, incluyendo 34 familias de labradores españoles que allí acudieron, constituyó el núcleo de la ciudad de Monterrey.

No pudo ser ni más sugerente, ni más bello, ni más consolador el origen de la que hoy es soberbio emporio de la Industria en nuestra Patria. El amor inflamado a María y el apego entrañable a la tierra fueron los cimientos de la espectacular Ciudad Metropolitana que, con el título de Nuestra Señora de Monterrey, y bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción y Anunciación de Nuestra Señora, fue fundada el día 20 de septiembre de 1596, por el Gobernador y Capitán General Don Diego de Montemayor, siendo Virrey de la Nueva España Don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey, en cuyo honor recibió este nombre la Ciudad de referencia.

Comprendiendo indudablemente la trascendencia de esas providenciales circunstancias, bajo las cuales nacía a la vida la ilustre ciudad, el Señor Virrey, después de ordenar expresamente que todo lo descubierto hasta entonces y lo que en el futuro se descubriese, fuera llamado “Nuevo Reino de León”, dispuso que la mencionada ciudad llevará el título de Nuestra Señora de Monterrey.

En cierta ocasión, no mucho tiempo después de la fundación de la ciudad, una sencilla y humildísima pastorcita que cuidaba las cabras del pequeño ganado familiar, mientras pacían en los campos cercanos a su hogar, oyó que desde un roble la llamaban con toda claridad e insistentemente por su propio nombre. Grandemente admirada por aquel inesperado llamamiento, ya que en esos lugares y a esas horas no había allí persona alguna, se acercó llena de curiosidad al lugar de donde tan misteriosas voces procedían. ¡Cuál no sería su sorpresa, al encontrar en la oquedad de un roble silvestre una pequeñita imagen de la Virgen Santísima, que despedía de si sobrenatural fulgor y olor suavísimo, como si se tratara de una inesperada luz celestial a la que formaran cortejo decenas de flores de regalado perfume! Cuando se repuso de la primera impresión, pudo darse cuenta de que la bellísima estatuita encontrábase cuidadosamente colocada en el interior del tronco de un roble, que le servía de nicho y que la defendía de las inclemencias del tiempo.

Conmovida hasta lo más profundo de su espíritu y no cabiendo en sí de alegría y entusiasmo; obedeciendo, por otra parte, el natural e incoercible impulso de toda criatura racional para comunicar a los demás sus impresiones y para externar sus sentimientos (el hombre es un ser racional y sociable) corrió a manifestar a sus padres lo ocurrido: “¡Venid conmigo y veréis una cosa prodigiosa que no sé explicar!”, les dijo, de acuerdo con la antigua narración del prodigio.

Los padres de la dichosa niña acudieron presurosos al lugar de la singular aparición y, al contemplar la belleza de la Imagen, rodeada de luz y expidiendo suaves efluvios, le hicieron la inocente ofrenda de sus plegarias y de sus lagrimas. Avisado el Señor Cura y convencido de la veracidad de esta providencial manifestación de ola Virgen Santísima, invitó a todos los feligreses para que, en respetuosa y amorosa procesión, condujesen la Imagen mariana al recinto parroquial. A la mañana siguiente, cuando todos los vecinos se levantaron presurosos, esperando saludar en tan piadoso simulacro mariano la grandeza incomparable de María e invocar su misericordia sobre sus necesidades y pecados, se encontraron con el inexplicable hecho de que la Imagen no se hallaba en su lugar. Y al volver presurosos e intrigados al lugar donde había sido hallada la Imagen, la encontraron en el mismo hueco del roble de donde había sido transportada el día anterior. Al amparo de la noche, se había vuelto a su lugar de origen; lo cual podía fácilmente probarse por tener su manto lleno de zacate y cadillos propios de aquella tierra venturosa, que la Reina del cielo quiso santificar con sus plantas virginales. Con esta actitud, la Señora del cielo quiso dar a conocer su voluntad expresa de que precisamente en ese lugar se edificase un templo. Y dice la piadosa y verídica historia, que el hecho se repitió tres veces, como para que no hubiera lugar a duda. […]

A la tercera vez, y ante la evidencia de la voluntad de la Virgen María, reuniéronse los vecinos y, con su Párroco a la cabeza, entre gemidos y plegarias, postrados de hinojos, prometieron a la Santísima Virgen edificar su templo lo más pronto posible y después de haber emitido un juramento, no contentándose con una simple promesa, le rogaron que, mientras tanto, se dignará permanecer en el templo parroquial.

Esta imagen es la que actualmente se venera en el majestuoso Santuario de Nuestra Señora del Roble y se celebra su fiesta patronal el 18 de Diciembre y su coronación Pontificia el 31 de Mayo.

Texto:
Monografía del Santuario de Nuestra Señora del Roble.
Pbro. Silvino Robles Gutiérrez
1a. Edición. Julio 1970.
Impresora NOVOA.
México.